La justicia de Dios no es pena ni castigo, sino misericordia que salva

Pope Francis holds his crosier as he celebrates Mass on the feast of the Baptism of the Lord in the Sistine Chapel at the Vatican Jan. 8, 2023. The pope baptized 13 babies at the Mass. (CNS photo/Vatican Media)

Desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico, en el día en que la Iglesia celebra
la fiesta del Bautismo del Señor, Francisco se centró en este tema, iniciando su catequesis con la imagen “sorprendente” que propone el Evangelio de hoy, la de Jesús inclinando la cabeza a orillas del Jordán, para ser bautizado por Juan. Era un rito, el de ir al río a recibir el Bautismo, en el que la gente se arrepentía y se comprometía a convertirse con humildad y un corazón transparente. ¿Pero cuál fue el motivo que impulsó a Cristo a humillarse?

“Al ver a Jesús que se mezcla con los pecadores, uno se asombra y se pregunta: ¿Por qué Él, el Santo de Dios, el Hijo de Dios sin pecado, hizo esta elección? Encontramos la respuesta en las palabras de Jesús a Juan: ‘Déjalo por ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia’”

La justicia que proviene del amor

¿Qué significa cumplir toda justicia? Lo preguntó el Papa mientras explicaba que, al ser bautizado, Jesús quiso revelarnos en qué consiste la justicia que Dios vino a traer al mundo. Nada que ver con la idea estrecha y meramente humana de “quien se equivoca, paga”. La justicia de Dios, dijo Francisco, es mucho mayor: “No tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y renacimiento”, la voluntad de hacer justo incluso al más obstinado de los pecadores.

Es una justicia que nace del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que
son el corazón mismo de Dios, el Padre que se conmueve cuando nos oprime el mal y caemos bajo el peso del pecado y de la fragilidad.

“La justicia de Dios, por tanto, no quiere distribuir penas y castigos, sino que, como afirma el apóstol Pablo, consiste en hacer justos a sus hijos, liberándonos de las asechanzas del mal, curándonos, levantándonos”

Sólo la misericordia salva

Salvar a todos los pecadores, cargar sobre sus hombros el pecado del mundo entero: he aquí, pues, el sentido de ese gesto perturbador que Jesús hace a orillas del Jordán y que deja estupefacto al propio Juan, he aquí la justicia que vino a cumplir.

“Él nos muestra que la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva, el amor que comparte nuestra condición humana se hace cercano, comprensivo con nuestro dolor, entrando en nuestras tinieblas para traer la luz”

Francisco citó además a su predecesor, Benedicto XVI, cuyo funeral celebró el pasado
5 de enero, para subrayar la profundidad y la amplitud de esta redención que Dios concede a todos, sin distinción, y que lo lleva a descender él mismo “hasta el fondo del abismo de la muerte, para que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, encuentre la mano de Dios a la que asirse” (homilía del 13 de enero de 2008).

No dividir sino compartir

La tarea más difícil para los cristianos concluyó el Santo Padre, es precisamente la de ejercer así la justicia no sólo en la Iglesia, sino también en la sociedad, en la vida cotidiana, en las relaciones con los demás. ¿Cómo se consigue? Ciertamente no chismorreando sobre los hermanos, acusando, parloteando, porque parlotear divide, es un arma letal.

“No con la dureza de quien juzga y condena dividiendo a las personas en buenos y malos, sino con la misericordia dequien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y los hermanos, para levantarlos. Me gustaría decirlo así: no dividir, sino compartir”

No dividir, sino compartir. Hagamos como Jesús: compartamos, llevemos las cargas unos de otros, en lugar de hablar mal y dividir, mirémonos con compasión, ayudémonos. Preguntémonos: Yo ¿divido o comparto? ¿Soy discípulo del amor o del chismorreo? El chismorreo es un arma letal.


Benedicto XVI: Fieles en oración ante su tumba en las Grutas vaticanas

La cripta donde está enterrado Benedicto XVI, entre las tumbas de otros Papas, se abrió al público esta mañana. Una larga fila de peregrinos hizo cola desde temprano para visitar su tumba, situada en el mismo lugar donde inicialmente habían sido sepultados los restos de san Juan Pablo II Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano

Una larga fila de fieles esperaba esta mañana en la Basílica Vaticana la apertura de las Grutas vaticanas, a las 9, para visitar la tumba de Benedicto XVI. Hombres y mujeres, familias con niños, monjas y sacerdotes, muchos de los cuales ya habían presentado sus respetos del 2 al 4 de enero al cuerpo del Papa Ratzinger expuesto en la Basílica, hicieron cola junto al Altar de la Confesión para descender a la gran cripta donde reposan los restos mortales de los Papas.

En oración

Tres chicas italianas de Apulia fueron las primeras en entrar y, casi corriendo, se pusieron de rodillas a rezar ante la lápida de mármol con el epígrafe en negro “Benedictus PP XVI”, flanqueada por dos jarrones de flores. “Era un Papa importante, sentíamos la necesidad de estar hoy aquí”, dijeron al pequeño grupo de periodistas presentes en las Grutas vaticanas. “¡Nada de fotos, sólo rezar!”, recomendaban mientras tanto los encargados, a medida que aumentaba el flujo de visitantes.

Todos, como ya había sucedido ante el cadáver, permanecieron en silencio, haciéndose la señal de la cruz o inclinando la cabeza, rezando por el que fue Pontífice durante ocho años y Papa emérito durante casi diez. Entre ellos, un hombre procedente de Varsovia que calificó a Benedicto XVI como “uno de los Papas más importantes de la historia”. Detrás de él, un grupo de mujeres de la provincia de Venecia, que querían expresar su “cercanía”: “Benedicto nos da esperanza”.

En el mismo lugar de Karol Wojtyła

Joseph Ratzinger, como era su deseo, fue enterrado donde estuvo anteriormente la tumba de san Juan Pablo II. Los restos de Wojtyła fueron trasladados en el 2011, inmediatamente después de su beatificación, a la capilla de San Sebastián, junto a la Piedad de Miguel Ángel.

La inhumación de la tumba de Benedicto tuvo lugar al término del funeral celebrado por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro. El ataúd de ciprés, en cuyo interior se conservan el Rogito, las monedas y medallas de su pontificado y el palio, se colocó dentro de un féretro de zinc, que a su vez se guardó en otro ataúd de roble que luego fue enterrado.

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