Mensaje del obispo Knestout: Acogiendo a los refugiados e inmigrantes como parte de la familia eclesial

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Tras la caída de Saigón en abril de 1975, la Iglesia Católica en los Estados Unidos tomó un rol importante en ayudar a los miles de vietnamitas que se vieron obligados a huir de su patria. Las diócesis y parroquias de cada rincón de este país, incluso aquella en la que me criaron, formaron parte de este esfuerzo. Mi padre, como diácono, participó laboriosamente con este compromiso.

Acogiendo a los refugiados, los inmigrantes y los desplazados es algo que forma parte de nuestra misión eclesial. Recordemos las palabras de Dios en el libro del Deuteronomio: “Porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto” (Dt 10, 17-19).

Por muchas décadas, los obispos católicos de los Estados Unidos han peticionado para una reforma justa del sistema de inmigración de nuestra nación. Los elementos de la reforma se basan en la enseñanza social católica que nos recalca que somos una sola familia humana, sin importar cuales sean nuestras diferencias culturales, raciales, étnicas, económicas e ideológicas. Amamos a nuestro prójimo y somos los guardas de nuestros hermanos y hermanas, dondequiera que estén.

Como seguidores de Jesús, estamos obligados a servir a quienes nos acuden en busca de ayuda, sin importar quiénes sean o de dónde vengan. Brindamos alimentos, ropa, refugio, atención médica, educación y guía espiritual a quienes lo necesitan porque es un mandato de nuestra fe católica, no por el estado civil o eclesiástico de esa persona. Actuamos como la Escritura nos llama a actuar, tratando a todos con respeto y dignidad, porque, de hecho, todos somos creados a imagen y semejanza de nuestro Dios amoroso.

Reconozco que algunos miembros de nuestra comunidad de fe están muy preocupados. Animo a que nuestros párrocos los aconsejan y que ellos encuentren la fortaleza que nos da el amor de Cristo. Quiero que sepan que haremos todo lo posible para preservar nuestros ministerios y nuestro alcance a los más vulnerables.

Cooperaremos con las autoridades para la seguridad de todos y para el bien común. No registramos ni mantenemos un registro del estatus migratorio de las personas a las que servimos. Nuestra atención se enfoca en el cuidado pastoral y sacramental de nuestra comunidad de fe.

Reconocemos la necesidad de una aplicación justa de las leyes de inmigración y afirmamos la obligación del gobierno de llevarla a cabo de una manera decidida, proporcional y humana. Sin embargo, la aplicación de las leyes de inmigración que no requieren atención inmediata en espacios de culto, en las escuelas, en las agencias que proporcionan servicios sociales, en los centros de atención médica, u otros lugares sensibles donde las personas reciben servicios esenciales va en contra del bien común. Cuando los oficiales de un gobierno se interponen entre nuestros ministros y aquellos a quienes servimos, transgreden la confianza natural que forma una parte integral de las interacciones pastorales.

Aunque las leyes de inmigración, el estatus y la aplicación de las mismas son responsabilidad de las autoridades civiles, seguiremos abogando – y tenemos todo el derecho de hacerlo – por la dignidad de cada persona y por la atención caritativa de los inmigrantes y los forasteros en nuestra nación.

Como dice el Plan Pastoral Nacional para el Ministerio Hispano/Latino de los obispos de los Estados Unidos: “El apoyo sostenido de la Iglesia a la reforma migratoria no es meramente un gesto humanitario o una lucha por lograr una justicia incumplida. Más bien, nuestro apoyo representa nuestros esfuerzos por acompañar a las comunidades que con demasiada frecuencia permanecen al margen y demuestra nuestra solidaridad con ellas.”

En el bautismo, fuimos llamados a ser discípulos de Jesús: un discipulado que acoge, respeta y defiende la dignidad de la persona. Se trata de vivir lo que Jesús instruyó en la noche de la Última Cena: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35).

 

Read Bishop Knestout’s message in English.

 

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