En 1980, el monseñor Oscar Romero estaba celebrando la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia cuando fue asesinado.
Desde su muerte, el monseñor ha sido un ejemplo de valor y martirio para los salvadoreños y para toda la Iglesia. Sin miedo, S. Oscar Romero levantó su voz contra la opresión del gobierno dictatorial en su país, y a la misma vez, condenó otras voces que sembraron división en la Iglesia.
Cuando un activista acertó que había dos Iglesias – una Iglesia de los ricos y otra de los pobres – el arzobispo Romero respondió, “No hay más que una Iglesia, ésta que Cristo predica, la Iglesia que debe de darse con todo el corazón.” S. Oscar Romero fue beatificado por el papa Juan Pablo II en 1997 y canonizado por el papa Francisco en 2018. La festividad religiosa de S. Oscar Romero es el 24 de marzo, el día que falleció.
Hoy en nuestra diócesis la población salvadoreña está creciendo. Con la intención de aprender más sobre El Salvador y las necesidades pastorales de la comunidad salvadoreña, el padre Jonathan Goertz, párroco de Our Lady of Lourdes, Henrico, y Daniel Villar, director de la Oficina de Ministerios Étnicos, viajaron a El Salvador el 25 de enero por una semana.
Villar y el padre Goertz formaron parte de una delegación de Virginia con las de Washington, Maryland, y West Virginia. El grupo también incluyó al obispo Mark E. Brennan de Wheeling-Charleston y el obispo auxiliar Evelio Menjivar de Washington, un salvadoreño de Chalatenango y el primer obispo en los Estados Unidos nacido en El Salvador. La Región IV y Catholic Relief Services patrocinaron el viaje.
“Con el trauma de la guerra civil en los años 80s y las pandillas que paralizaron el país … muchas personas [salvadoreñas] que vienen aquí [a Virginia] han experimentado traumas particulares,” dijo el padre Goertz. “Para ser parte de sus experiencias e intentar a sanarlos, es importante entender estos traumas y las circunstancias que los hicieron huir de El Salvador.”
Por cinco días, viajaron por el país visitando a San Miguel, Morazán, San Salvador, y muchos otros lugares, donde caminaron en los pasos de S. Oscar Romero, el padre Ignacio Illacuria, el Beato Rutilio Grande, y las cuatro Hermanas Maryknoll de los Estados Unidos. También celebraron misas y conocieron gente de comunidades diferentes.
“Yo tuve la experiencia de vivir entre la gente maravillosa de El Salvador, ir a misa con ellos, sentar y comer con ellos, conversar y escuchar sus historias de cómo es la vida en El Salvador, y también, como era,” dijo Villar.
“Un momento que guardo en mi corazón fue al llegar a la casa de retiro de las Hermanas Vicentinas en San Salvador,” continuó. “Al llegar, nos recibieron el cardenal Gregorio Rosa Chavez y la Madre Reina Angélica Zelaya, fundadora de la Congregación Siervas de la Misericordia de Dios. Nos recibieron con tanto amor y con tanto cariño que me sentía en casa.”
Otro momento importante para Villar fue cuando visitaron El Mozote en Morazán, donde se murieron casi 1,000 personas en una masacre en diciembre del 1981.
“Después de tanto encuentro y tanta alegría visitando destinaciones nuevas y conociendo a salvadoreños de diferentes partes del país, este momento me trajo mucha tristeza,” dijo Villar.
“A lo último de la visita, un joven adulto del pueblo, con lo blanco de los ojos ya amarillos y con alcohol en el aliento, me tomó del brazo y con prisa me pidió que le escuchara su historia, la historia de su familia que murieron en la masacre,” continuó. “No pude aguantar mis lagrimas escuchando lo que decía.”
El padre Goertz celebró la misa en la parroquia dónde S. Oscar Romero celebró la misa por la primera vez. El grupo también visitó el hospital de la Divina Providencia y vieron el lugar donde falleció durante la misa. Ahora la casa donde vivió S. Oscar Romero es un museo.
“Estábamos privilegiados y felices de tener como guía al cardenal Gregorio Chavez, un amigo personal de S. Oscar Romero,” dijo el padre Goertz. “Escuchar sus palabras fue algo muy especial.”
“El viaje a El Salvador sirvió también de peregrinaje,” explicó Villar. “En los tres días que estuvimos allá, caminamos y vivimos la vida de San Oscar Romero empezando con su tumba bajo la Catedral Metropolitana de San Salvador hasta el pueblito donde nació, Ciudad Barrios. Las historias que formaron parte de este camino me ayudaron reflexionar sobre los desafíos que encontramos todos como personas de la fe en este mundo.”
El padre Goertz explicó que había muchas oportunidades para pasear con la gente de El Salvador de modo fraternal. Visitaron una comunidad llamada “22 de abril,” nombrado por el día en que unas familias pobres empezaron a construir el barrio en 1972. Un joven adulto llamado Juan David habló de su vida en El Salvador, incluso las razones porqué se quedó en el país.
“Un tema que viene del sínodo es la importancia de acompañarnos unos a otros,” dijo el padre. “Este viaje nos ayudó hacer eso.”
“Mis interacciones con los salvadoreños eran cuidadosas,” dijo Villar. Como director, es importante que él tenga experiencias con muchas culturas diversas.
“Aunque la cultura hispana tiene muchas cosas en común, también existen muchas diferencias,” él dijo.
El padre Goertz señaló que el mejor ejemplo de caminar uno con el otro se encuentra en el ministerio de Jesús. “El Señor pasó 30 años aquí en la tierra con nosotros antes de comenzar a predicar,” el padre Goertz dijo. “Es esencial que nos encontramos como hermanos y hermanas y desarrollamos una amistad.”