CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — Ser cristiano significa defender la dignidad humana y eso incluye oponerse al aborto, la pena de muerte, la cirugía de transición de género, la guerra, el abuso sexual y el tráfico de personas, dijo el Dicasterio para la Doctrina de la Fe en un nuevo documento.
“No se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos,” escribió el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del dicasterio, en la parte inicial del documento.
La declaración, “Dignitas Infinita” (“Dignidad Infinita”), se hizo pública en el Vaticano el 8 de abril.
En la presentación del documento, el cardenal Fernández confirmó los informes de que una declaración sobre la dignidad humana y las cuestiones bioéticas — como el aborto, la eutanasia y la maternidad subrogada — fue aprobada por los miembros del dicasterio a mediados de 2023, pero el Papa Francisco pidió al dicasterio que hiciera adiciones para “resaltar en el texto algunas temáticas estrechamente relacionadas con el tema de la dignidad, como por ejemplo el drama de la pobreza, la situación de los emigrantes, las violencias contra las mujeres, la trata de personas, la guerra y otros.”
En febrero, los cardenales y obispos miembros del dicasterio aprobaron el borrador actualizado del documento, y a finales de marzo el Papa Francisco dio su visto bueno y ordenó su publicación, explicó el cardenal Fernández.
Con sus cinco años de preparación y un proceso de maduración considerable para llegar al texto publicado, escribió, el documento refleja la seriedad y centralidad de la cuestión de la dignidad en el pensamiento cristiano.
El título del documento proviene de un discurso del Ángelus que San Juan Pablo II pronunció en Alemania en 1980 durante un encuentro con personas discapacitadas. Les dijo (según la traducción oficial en español): “Dios nos ha mostrado de un modo insuperable en Jesucristo cuánto ama a cada hombre y cuán inmensa es la dignidad que a través de Él le ha conferido.”
El documento está fechado el “2 de abril de 2024, 19° aniversario de la muerte del Papa San Juan Pablo II.”
El cardenal Fernández dijo que inicialmente el dicasterio iba a llamar al documento “Más allá de toda circunstancia,” que es una afirmación del Papa Francisco de cómo la dignidad humana no se ve disminuida por el estado de desarrollo de una persona o dónde haya nacido o los recursos o talentos que tenga o lo que haya hecho.
En su lugar, dijo, eligieron el comentario que hizo San Juan Pablo II, cuya versión en italiano menciona la dignidad infinita.
La declaración del dicasterio señalaba que la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II también enumeraba los ataques a la dignidad humana, desde el aborto y la eutanasia hasta las “condiciones infrahumanas de vida” y las “condiciones laborales degradantes.”
Los miembros del dicasterio doctrinal incluyeron la pena de muerte entre las violaciones de “la dignidad inalienable de toda persona humana más allá de cualquier circunstancia” y pidieron que se respete la dignidad de las personas encarceladas.
La declaración denunció la discriminación contra las personas LGBTQ+ y, en particular, que en algunos lugares “se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual.”
Pero también condenó la “teoría de género” por ser “extremadamente peligrosa porque borra las diferencias en su pretensión de igualar a todos.”
La teoría de género, decía, intenta “negar la mayor diferencia posible entre los seres vivos: la diferencia sexual.”
La Iglesia Católica, decía la declaración, enseña que “la vida humana, en todos sus componentes, físicos y espirituales, es un don de Dios, que debe ser acogido con gratitud y puesto al servicio del bien.”
Citando la exhortación del Papa Francisco “Amoris Laetitia,” la declaración dijo que la ideología de género “presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia.”
Los miembros del Dicasterio afirmaron que es cierto que existe una diferencia entre el sexo biológico y los roles y comportamientos que una sociedad o cultura determinada asigna a un varón o a una mujer, pero el hecho de que algunas de esas nociones de lo que significa ser mujer u hombre estén influenciadas por factores culturales, no significa que no existan diferencias entre varones y mujeres biológicos.
“Por lo tanto,” continuaba, “debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres.”
Citando nuevamente la exhortación del Papa Francisco, la declaración decía: “No podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar.”
“De ahí que toda operación de cambio de sexo, por regla general, corra el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción,” afirmaba. Sin embargo, la declaración aclaraba que “esto no significa que se excluya la posibilidad que una persona afectada por anomalías genitales, que ya son evidentes al nacer o que se desarrollan posteriormente, pueda optar por recibir asistencia médica con el objetivo de resolver esas anomalías.”
Los miembros del dicasterio también advirtieron sobre las implicaciones de cambiar el lenguaje sobre la dignidad humana, citando por ejemplo a quienes proponen las expresiones “dignidad personal” o derechos “de la persona” en lugar de “dignidad humana.”
En muchos casos, decían, la propuesta entiende por “‘persona’ sólo ‘un ser capaz de razonar.’ En consecuencia, sostienen que la dignidad y los derechos se infieren de la capacidad de conocimiento y libertad, de las que no todos los seres humanos están dotados. Así pues, el niño no nacido no tendría dignidad personal, ni el anciano incapacitado, ni los discapacitados mentales.”
La Iglesia Católica, por el contrario, “insiste en el hecho de que la dignidad de toda persona humana, precisamente porque es intrínseca, permanece ‘más allá de toda circunstancia.'”
La aceptación del aborto, decía, “es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida.”
“El aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento,” decía.
El documento también repitió el llamamiento del Papa Francisco para una prohibición mundial de la maternidad subrogada, que, dijo, “ofende gravemente la dignidad de la mujer y del niño; y se basa en la explotación de la situación de necesidad material de la madre.”
Con la maternidad subrogada, dijo, “el deseo legítimo de tener un hijo no puede convertirse en un ‘derecho al hijo’ que no respete la dignidad del propio hijo como destinatario del don gratuito de la vida.”
La pobreza extrema, la marginación de las personas con discapacidad, los ataques digitales violentos y la guerra también violan la dignidad humana, según el documento.
Aunque reconoce el derecho de las naciones a defenderse de un agresor, el documento insiste en que los conflictos armados “no resolverán los problemas, sino que los aumentarán. Esto es aún más grave en nuestra época, en la que se ha convertido en normal que, fuera del campo de batalla, mueran tantos civiles inocentes.”
Sobre el tema de los migrantes y refugiados, los miembros del dicasterio dijeron que aunque “nunca se dirá que no son humanos,” muchas políticas migratorias y actitudes populares hacia los migrantes pueden mostrar “que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos.”
La promoción de la eutanasia y el suicidio asistido, decía el documento, utiliza “un concepto erróneo de la dignidad humana para volverla contra la vida misma.”
La declaración afirmaba: “Ciertamente, la dignidad del enfermo, en condiciones críticas o terminales, exige que todos realicen los esfuerzos adecuados y necesarios para aliviar su sufrimiento mediante unos cuidados paliativos apropiados y evitando cualquier encarnizamiento terapéutico o intervención desproporcionada,” pero también insistía en que “el sufrimiento no hace perder al enfermo esa dignidad que le es intrínseca e inalienablemente propia.”