El Papa en el Ángelus: Rezar por quien nos ha
tratado mal para tranformar el mal en bien

El Papa Francisco dirige el Ángelus desde la ventana de su estudio con vista a la Plaza de San Pedro en el Vaticano el 27 de febrero de 2022. (Foto del CNS / Los medios del Vaticano)

Rezar por quien nos ha tratado mal, sin ceder al instinto y al odio, pidiendo a Dios la fuerza de amar, tal como nos lo enseña Jesús, que pone la otra mejilla para apagar el odio y la injusticia, y pide cuentas con gentileza del mal recibido. Fueron algunas de las enseñanzas del Papa Francisco a la hora del Ángelus dominical, al meditar sobre el Evangelio del día.

“Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande”. En la alocución previa a la oración mariana del Ángelus, el Papa Francisco reflexionó, como cada domingo, sobre el Evangelio del día, que hoy muestra al Señor Jesús dar “algunas indicaciones fundamentales de vida” a sus discípulos.

El discípulo está llamado a no ceder al instinto y al odio

El Señor, explicó Francisco, se refiere “a las situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal”. En estos casos, tal como enseña Jesús, el discípulo está llamado “a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá”.

Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc 6,27). Y aún más concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (v. 29). El Señor parece pedir lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles e injustas? 

Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio

El Santo Padre pidió considerar, en primer lugar, el “sentido de injusticia” que advertimos en el “poner la otra mejilla”, y a pensar en la pasión de Jesús que, en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, a un cierto punto recibe una bofetada por parte de uno de los guardias.

¿Y Él cómo se comporta? Dice al guardia: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira ni violencia, es más, con gentileza. 

Una fuerza interior más grande

El Maestro, “no quiere desencadenar una discusión, sino calmar el rencor”, explicó Francisco, que precisó: quiere “apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable”.

Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande, que vence el mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. No lo dicta el cálculo, sino el amor. 

Cuando el Señor pide algo, quiere darlo

El amor “gratuito e inmerecido” que recibimos de Jesús “genera en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza”, enseñó el Papa, que planteó a continuación la siguiente objeción: “¿es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos?”

Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. Cuando me dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo.

Pedirle a Dios la fuerza de amar

Recordando la oración de San Agustín al Señor «da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones, X, 29.40), el Obispo de Roma planteó un interrogante: “¿Qué pedirle? ¿Qué está Dios feliz de darnos?” Y respondió:

La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el Espíritu Santo.

Esto porque “con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal”.

Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra!

Rezar por quien nos ha tratado mal

Antes de dirigir su oración a la Madre de Dios, el Santo Padre pidió pensar en una persona “que nos ha hecho mal”, y a preguntarnos si tratamos de vivir las invitaciones de Jesús. Quizá “hay rencor” dentro de nosotros, dijo. Entonces, “a este rencor”, indicó, “acerquemos la imagen de Jesús, manso, durante su proceso”, y luego “pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón”. Finalmente “recemos por esa persona”:

Rezar por quien nos ha tratado mal (cfr Lc 6,28) es lo primero para transformar el mal en bien.

“Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta”, concluyó.


No somos cristianos si nos hacemos la guerra unos a otros

 

Nube de humo después de los bombardeos en las afueras de Kiev, Ucrania,
el 27 de febrero de 2022, luego de que Rusia lanzara una operación militar masiva contra Ucrania. (Foto del CNS/Irakli Gedenidze, Reuters)

Ayer el Papa en el Ángelus, comentando el Evangelio en el que Jesús dice a los discípulos que amen a sus enemigos, dijo: “¡Qué triste es, cuando personas y pueblos que se enorgullecen de ser cristianos ven a los demás como enemigos y piensan en hacerse la guerra!”

Sergio Centofanti

Tal vez estemos lo suficientemente locos como para hacernos la guerra entre nosotros. Una guerra en Europa con consecuencias inimaginables. Pero al menos no nos digamos cristianos.

Estamos jugando con fuego. Quizá no nos bastan las guerras invisibles, esas guerras mundiales que cada año causan millones de muertos por hambre y pobreza, por enfermedades evitables, por la violencia de tantos conflictos olvidados, por la criminalidad de todos los días, por los accidentes en el trabajo o por esa guerra oculta que se llama soledad, exclusión, explotación, indiferencia.

Luego está la guerra de la que ya no tenemos más conciencia: aquella contra nuestros hijos asesinados en el vientre de sus madres. Quizás es la guerra más invisible. Quién sabe si algún día los descendientes nos condenarán por esta masacre silenciosa. Quien no ve estas grandes guerras da por sentada su pequeña paz. No nos condenemos a repetir los errores del pasado.

Tal vez no nos basta la pandemia que ya ha asolado a toda la humanidad, matando sin distinción y empobreciendo a los más pobres y enriqueciendo aún más a algunos ricos. Y hoy solo las amenazas de guerra aumentan la pobreza de muchos y la riqueza de unos pocos.

Preocupan las rabias y los odios que se arremolinan en el mundo: los arranques de violencia, las palabras de desprecio, las explosiones de ferocidad. Preocupan las ofensas e insultos entre los mismos cristianos. Jesús dijo que nos reconocerán por el amor que nos tenemos unos a otros. En cambio, basta con echar un vistazo a las redes sociales y a los blogs: a menudo asistimos a enfrentamientos y agresiones mutuas sin frenos, quizá en nombre de la verdad y la justicia. San Pablo dice a los gálatas: “Si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!” (Gálatas 5,15). Pero si nos hacemos la guerra entre nosotros que creemos en el Evangelio, ¿cómo podemos pedir a los demás que no la hagan?

El Evangelio nos pide que amemos a nuestros enemigos, que venzamos el mal con el bien. Parece una utopía. Tal vez seamos tan locos como para hacernos la guerra unos a otros. Pero al menos no nos digamos cristianos.

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