Latinoamérica ha sido cuna de grandes santos que, con su testimonio y vocación, han dejado una profunda huella en la Iglesia Católica. Sus vidas, marcadas por el sacrificio, la humildad y la entrega, son un reflejo del fervor religioso que ha caracterizado a nuestros pueblos.
San Martín de Porres: La vocación de la humildad
San Martín de Porres nació en Lima, Perú en 1579 y es uno de los santos con más devoción en Latinoamérica. Fue hijo de un noble español, Juan de Porras de Miranda, y de una mujer afroamericana pobre, Ana Velázquez, originaria de Panamá que residía en Lima. Martín creció en pobreza y marginación debido a su raza. Es conocido también como el santo de la escoba por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.
A pesar de las dificultades, desde muy joven sintió un llamado profundo a servir a los demás, especialmente a los más necesitados. Ingresó como laico en el convento de los dominicos, donde por nueve años realizó tareas humildes como la limpieza y el cuidado de los enfermos. Sin embargo, su vocación fue mucho más allá de la labor cotidiana. Fue admitido como hermano de la orden en 1603. Tres años después, se convirtió en fraile profesando los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Se le atribuyen varios milagros en vida, como la curación de enfermos que la medicina de su época no podía sanar y la capacidad de bilocarse, apareciendo en varios lugares al mismo tiempo. Su vida fue un testimonio de servicio desinteresado, de humildad profunda y de amor hacia los más desamparados.
Después de su muerte el 3 de noviembre de 1639, pasaron muchos años hasta que el papa San Juan XXIII lo canonizó en la Ciudad del Vaticano el 6 de mayo de 1962 ante una multitud de 40.000 personas procedentes de varias partes del mundo nombrándolo Santo Patrono de la Justicia Social.
“Amaba a los hombres porque los veía como hijos de Dios y como sus propios hermanos y hermanas. Tal era su humildad que los amaba más que a sí mismo, y que los consideraba mejores y más virtuosos que él,” dijo el Papa Bueno sobre este santo.
Santa Rosa de Lima: Un corazón consagrado
Santa Rosa de Lima, la primera santa canonizada de las Américas, nació en Perú en 1586. Desde muy joven, Rosa – cuyo nombre era Isabel Flores de Oliva, pero su madre la llamaba Rosa por su sonrosado rostro – mostró una vocación radical hacia Dios, consagrando su vida desde una temprana edad, a la oración y a la penitencia. Se cuenta que desde niña hacía sacrificios fuertes por amor a Cristo.
Rosa vivió como laica consagrada (específicamente Terciaria en la Orden de Santo Domingo). Había construido una pequeña ermita en el jardín de su casa, donde dedicaba largas horas a la oración y al cuidado de los pobres y enfermos. Tenía una preocupación por los más pobres especialmente los indígenas que vivían en pobreza y eran maltratados por los gobernantes.
A ella se le atribuyen varios milagros, tanto en vida como después de su muerte, incluyendo la capacidad de curar a los enfermos. En 1615, Lima fue atacada por corsarios holandeses, y se le atribuye a sus oraciones e intercesión el fracaso de la invasión y la capital se salvó. Dicen los escritos que ella curaba a los enfermos con la imagen del Niño Jesús. También se le atribuyen sanaciones a enfermos de viruela con sus oraciones.
Su vida de sacrificio y penitencia inspiró a generaciones, no solo en Perú, sino en todo el mundo, convirtiéndose en un símbolo del amor profundo hacia Dios. Ella murió a los 31 años de tuberculosis. Debido a su fama de santidad, su entierro reunió multitudes de todas las clases sociales.
Tras su muerte en 1617, miles de peregrinos acudían a su tumba en el Convento de Santo Domingo en Lima. Cuando era una beata, se le reconoció como santa patrona de toda América y Filipinas.
El papa Clemente X la canonizó en 1671 y ha sido mirada por varios pontífices, incluyendo al papa Inocencio IX, quien al referirse a Santa Rosa dijo: “Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones.”
La fiesta de Santa Rosa de Lima se instituyó en el calendario general romano en 1727, el día 30 de agosto.
San Óscar Romero: El pastor que dio la vida por su rebaño
San Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, es un santo de nuestros tiempos cuya vida y muerte reflejan el llamado a la justicia social. Nacido en El Salvador en 1917, Romero fue un hombre de profunda fe que, durante los años más oscuros de la guerra civil en San Salvador, se convirtió en la voz de los pobres y oprimidos.
Entró al seminario a los 13 años siendo ordenado sacerdote a los 24. Su experiencia observando las injusticias y la violencia que sufría su pueblo salvadoreño lo llevó a tomar una postura valiente y profética en defensa de los derechos humanos.
El 3 de febrero de 1977 fue nombrado por el papa San Pablo VI arzobispo de San Salvador. Adriana Valle, investigadora de la Universidad de El Salvador, dice que San Romero fue un gran comunicador, él mismo llamaba a sus fieles que escuchaban sus mensajes, a convertirse en “micrófonos de Dios,” que reprodujeran sus denuncias.
“Sus homilías dominicales son un modelo de comunicación masiva, eficaz y ecuánime, que Monseñor Romero puso al servicio de la búsqueda de la justicia y la verdad,” escribió Valle según una revista universitaria.
En su última homilía dominical, un día antes de ser asesinado en 1980, llamó a los soldados a desobedecer órdenes injustas y a detener la represión contra el pueblo. Su martirio lo convirtió en un símbolo de la lucha por la justicia y la paz – y su intercesión ha sido fuente de numerosos milagros, especialmente entre quienes buscan consuelo en tiempos de conflicto.
El 14 de octubre de 2018, Monseñor Romero se convierte en el primer santo de El Salvador. Durante la misa de canonización, el papa Francisco dijo que era “hermoso” que San Oscar Romero fuese canonizado junto a Pablo VI y los demás santos, destacando que “dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el evangelio,” cercano a los pobres.