Una comprensión de las raíces bíblicas de la migración

(Photo/El Pregonero)

Un artículo reciente del Center for American Progress indica que el 70 por ciento de los estadounidenses cree que se necesita una reforma migratoria. En la actualidad hay razones para tener una esperanza cautelosa de que habrá una reforma migratoria integral, pero eso solo se puede lograr a través de un acuerdo bipartidista.

Esta reforma beneficiará a los 11 millones de indocumentados que viven en nuestro país y abrirá una senda para los migrantes potenciales. Con una reforma, se enviará un mensaje a la comunidad internacional. Pero, ¿cuál puede ser su guía?

Como hemos escuchado en el pasado, la inmigración es a menudo un acto de amor, ya que los padres buscan una vida mejor para sus familias. Es, podríamos añadir también, un acto de fe y de esperanza. Fe, esperanza y amor: estas virtudes nos colocan directamente en la corriente de la historia de la salvación, que moldea nuestro pensamiento y acción cristiana. Y en el texto bíblico encontramos los bloques que nos ayudarán a construir una respuesta bondadosa y justa: para nuestros ciudadanos, para quienes cruzaron nuestras fronteras hace años y para los que ahora buscan un nuevo hogar para su futuro.

¿Qué entendemos por “historia de la salvación” en la Biblia? Los cristianos no simplemente leemos las Sagradas Escrituras. Las Escrituras interpretan y guían nuestra vida, y nos invitan a crecer y cambiar a medida que procuramos hacer la voluntad de Dios. Cada experiencia encuentra acogida en el encuentro humano con lo divino, que se convierte en historia de salvación.

Aprendemos del Libro del Génesis que la primera experiencia migratoria de la raza humana no fue fácil. Al principio, todo lo que Dios creó era bueno. La persona humana creada a imagen y semejanza de Dios es libre por causa del amor. Pero podemos hacer mal uso de nuestra libertad. Podemos pecar. Y lo hacemos. Como castigo por el pecado, Dios expulsa a Adán y Eva del Edén, aunque nunca los priva de su amor.

Más tarde, en la Sagrada Escritura, aprendemos que la inmigración no se limita al destierro; también es una prueba del amor y la compasión de Dios por los seres humanos. En Génesis 12:1 Dios le dice a Abraham: “Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré.” Adán y Eva fueron desterrados del Paraíso, pero Abraham es llamado a salir de su terruño. Este llamado presagia todas las experiencias posteriores que tuvo Abraham. En repetidas ocasiones, el Señor le pide que actúe con confianza; y Abraham responde bien una y otra vez. Entra en Egipto y luego en Canaán y recorre Canaán. Incluso el llamado del Señor a Abraham de ir al monte Moriah y sacrificar a Isaac es una especie de migración hacia la confianza, que siempre se revela en un profundo deseo de cumplir la voluntad de Dios.

Aunque la experiencia de la migración es individual para Abraham, en el Libro del Éxodo, el Señor la amplía para incluir a todo el pueblo de Israel en su caminar desde la esclavitud hacia la libertad. Moisés, el instrumento escogido por Dios, es en sí mismo un refugiado de Egipto cuando Dios se le aparece en la zarza ardiente y le dice: “Ven, te enviaré al Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto”. Moisés obedece, y en los 40 años siguientes el pueblo de Israel experimenta la ambigüedad y la incertidumbre de la migración. Por el camino encuentran obstáculos y peligros. Anhelan llegar a su destino, pero saben que sus vicisitudes no terminarán ahí.

Aun así, no toda la migración bíblica es tan dramática. A diferencia de Abraham, Rut no escucha un claro llamado de Dios de salir de su país de Moab y radicarse en el de Judá. A diferencia del pueblo de Israel en Egipto, no hay indicios de que ella esté oprimida en su tierra natal. El deseo de Rut de acompañar a su suegra motiva su emigración. Una vez en Judá, Rut obedece la legislación local y subsiste recogiendo granos de trigo de acuerdo con la ley levítica. Con el tiempo se casa con Booz, convirtiéndose así en bisabuela del rey David y antepasada del Mesías. Su migración es causa de bendiciones para su país adoptivo.

A lo largo del Antiguo Testamento, Dios quiere dar a su pueblo —individual y colectivamente— una patria; pero también parece querer que sigan de viaje. Y este motivo encuentra su realización en Cristo, que no tenía dónde reposar la cabeza (Mateo 8:20).

El propio Jesús aún no nacido experimenta la migración. Sus padres van de Nazaret a Belén para el censo, lo que significa que él nace lejos de casa.

Luego la Biblia nos presenta la huida de la Sagrada Familia a Egipto, un viaje con un desenlace incierto. Esta terrible odisea ocurrida en la infancia de Cristo debe haberle quedado grabada en el corazón y le debe haber infundido un vivo sentido tanto de confianza en la voluntad del Padre como de gratitud hacia quienes acogieron a su familia en circunstancias tan difíciles.

Finalmente, Jesús ya adulto siempre está ocupado en algo. Tan pronto como predica y cura a los enfermos en un pueblo, va al siguen- te haciendo la voluntad de su Padre. Lo vemos en la vía dolorosa cargando la cruz y subiendo al Calvario. Y después de su resurrección, envía a sus discípulos a Galilea y se reúne con ellos.

Este rápido bosquejo de las raíces bíblicas de la migración muestra que, para algunas personas, la migración —y la acogida de los migrantes— es parte del plan de Dios. También vemos que la migración apoyada en leyes justas puede ser una bendición tanto para los migrantes como para el país que adoptan como suyo.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto?

“La política”, observó Otto Von Bismark, “es el arte de lo posible”. En otras palabras, la política tiene objetivos específicos y prácticos que cumplir: mantener, y cuando sea necesario, promulgar leyes justas y crear instituciones que propicien el adelanto y la prosperidad de la persona humana. La Iglesia Católica apoya estos objetivos.

Sin embargo, la aplicación y reforma de las leyes no es suficiente; son los corazones los que deben cambiar para albergar la verdadera justicia y la paz. Por medio de su Iglesia, Cristo nos llama a cada uno de nosotros a una conversión de corazones. Y al tratar de leer los signos de los tiempos, con la ayuda del Espíritu Santo, la Iglesia continuará promoviendo principios de respeto a la dignidad de la persona humana desde la concepción hasta la muerte natural.

La historia de la salvación continúa. Puede que nunca tengamos una política migratoria que sea perfecta; pero, reflexionando sobre las experiencias bíblicas de la migración, debemos hacer lo posible, aquí y ahora, para acoger y dar la bienvenida a los inmigrantes con amor y verdad.

Artículo de El Pregonero Multimedia Catholic News de la Arquidiócesis de Washington D.C.

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